domingo, 29 de abril de 2007

HIERBA MORA de Teresa Moure

Breton Peasant Women (1894). Paul Gauguin, 1848-1903

Del Libro de mujeres de Hélène Jans
Mucho sufren las manos de mujeres en los trabajos cotidianos, que la mayoría no son capaces de preservar la piel fina y alisada por las muchas cosas que hacen cada jornada. Por eso, si queréis resguardaros de estos males, podéis hacer unas mudas que ahora explico. Tomad una escudilla de zumo de uvas aún no maduras, y otra de hiel de vaca, y media de jabón rallado y tres onzas de aceite de pepitas y otras tres de adormideras, y onza y media de aceite de almendras amargas, y una onza de aceite de mata, y un poco de azufre bien molido y otro poco de azogue muerto con saliva. Lo habéis de juntar todo en un vaso y puesto al fuego estará hasta que se deshaga el jabón y, como esté deshecho, lo echaréis en una redoma de vidrio y lo curaréis al sol nueve días, removiendo cada mañana dos o tres veces para que no haga asiento. Y una vez sea curado, lo pondréis en las manos. Y cuanto más lo traigáis puesto sin lavaros, tanto mejor es, que las manos lucirán como si no estuviesesn trabajadas y consumidas por los esfuerzos de la vida. Y mirad que cuando os laváis le quitáis vida al cuerpo, puesto que arrojáis al agua lo que es suyo, que no se debe lavar sino lo que está sucio y el cuerpo humano tiene su propio aroma, distinto en cada uno de los individuos para que, igual que somos conocidos por la figura a la vista, podamos ser reconocidos por la nariz según el olor que desprendemos. No vi madre que no reconociera a su cría con el olfato, ni amante que no enloqueciera por el olor de su amada, que las que mucho esconden con menjunjes lo que les parece asqueroso están matando una forma de ser ellas mismas. Sin embargo, las mudas para las manos no ocultan nada, sino que protegen para que no se instalen los males en los dedos o la palma, no vayan a pensar, quienes así os viesen en mal estado lucidas, que sólo movéis los dedos y nunca trabajáis con el pensamiento.
.... es propio de la mujer adornarse y preparse, peinarse, perfumarse y ungirse como si fuese una diosa para olvidar que algún día su preciado cuerpo será pasto de gusanos. Y puesto que hombres frecuentan amantes pulidas, yo misma he caído por veces en el defecto de querer gustar y encender pasiones, como si las personas pudiésemos mejorar con unturas. Pues, aunque no convenga abusar de ellos, natura nos ofrece aromas que podemos aprovechar. Para hacer un perfume almizclado que bien puede usarse en los conjuros de enamoramiento, tomad una parte de agua de azahar, y do de agua rosada, y un poco de agua de trébol, y otro poco de mirto y algo del rosal espinoso que acostumbran a llamar mosquete. Una vez juntas todas esta aguas en una redoma, pondréis en ella una pizca de ámbar y otra de almizcle molido, y finalmente un poquitín de algalia. Y, tapada la redoma, la pondréis a curar al sol removiéndola cada mañana hasta un total de nueve y luego ya podéis usarla, teniendo buen cuidado de a quién os dais a oler con tal perfume, no produzcáis desasosiegos sin tino y pasiones que no podáis atender. También huele mucho y muy bien el agua que se hace tomando una libra de rosas rojas y otra de azahar, y otra de brotes de laurel, y otra de raíces de azucena junto con dos onzas de clavo de giroflé y media onza de lavanda. Una vez mezcladas todas estas cosas, hay que sacarlas por alquitara a fuego manso. Las aguas que resultan son muy finísimas y permiten tener sensaciones agradables cuando la vida no ofrezca más pasión que la del olfato. Que, aunque todos los sentidos alimentan los placeres y ofrecen calma y dicha, no trabajan por igual: la vista alimenta la lujuria, el oído trabaja para la ternura, el tacto para el amor, el gusto produce hartura y el olfato nostalgia, que no parece a los teólogos pasión, no siendo otra cosa sino la brasa que mantiene el fuego ardiendo.

***

De las muchas formas que hay de enamorar, una de las más poderosas, de las más sugerentes y de las más excitantes es el enamoramiento literario. Que bien se podría llamar así a la llama que se enciende cuando uno intercambia escritos con otra persona. Desde luego que la chispa inicial seguro que la pone el cuerpo con sus evidencias, pero el alma que escribe va alimentando el fuego para hacerlo arder de forma apropiada. ... De las muchas formas que hay de enamorar, alguna es muy sutil y aparece en personas sensibles y tiernas, que le tienen afición a la escritura, y por eso mismo cuando leen o cuando escriben ponen ahí el alma toda para que la otra persona en cuestión pueda, viendo el alma desnuda, adaptarse a ella y desearla, y puestos ya a desear el alma, les venga algún pensamiento de esos que llaman malos, que a saber por qué se llamarán malos pensamientos los pensamientos amorosos y juguetones, que nos abren la ventana de la imaginación para intuir la forma en que acariciaríamos precisamente a esa otra persona entre todas las personas que en el mundo han sido.
Se dice aquí todo esto porque la correspondencia es una cosa peligrosa. ... Que escribir cartas es agasajar con palabras y las palabras, si están bien escogidas y el alma en su justa sazón, pueden curar mejor que las hierbas mágicas, que parece que prolongan el placer como los afrodisíacos y atenúan el dolor como los analgésicos, que por algo afrodisíaco y analgésico también son palabras.


Fragmentos de la novela "Hierba mora" de Teresa Moure.
Fuente:
"Paintings" T. Gylfason - HÁSKÓLI ÍSLAND

1 comentario:

Fasedoira dijo...

Uno de mis libros favoritos, sin duda...

http://foeminas.lugo.es/2006/diciembre/mujerciclopedia.htm