domingo, 20 de mayo de 2007

El honor perdido de Katharina Blum

o Cómo surge la violencia
y adónde puede conducir

Heinrich Böll

... und wohin sie führen kann
En 1974, dos años después de recibir el Nobel, Heinrich Böll, la figura más emblemática de la literatura alemana de posguerra, escribió El honor perdido de Katharina Blum, llevada a la pantalla por Schlöndorff, una novela sobre las consecuencias que los manejos y el eco de la prensa sensacionalista pueden tener en una persona.


En ella, el escritor alemán Heinrich Böll, nacido en Colonia en 1917 y fallecido en 1985, muestra las consecuencias que los manejos y el eco de la prensa sensacionalista pueden tener en la vida del individuo. Katharina, acosada por un público ávido de sensaciones y dispuesto a creerse cualquier titular, cuanto más truculento mejor, llega hasta el extremo de cometer un crimen con impresionante sangre fría.



La protagonista, cuya historia está basada en un hecho real, tiene total seguridad moral y no parece sentir ningún remordimiento después de haber disparado contra el periodista gráfico que, recurriendo a la manipulación, no dudó un solo momento en destrozar su vida privada. Mentiras, difamaciones y calumnias se extienden en un caso como éste con mucha mayor facilidad que la verdad.

Ingenua, algo romántica e inteligente, Katharina Blum es tan extremadamente sensible en relación con el sexo, que casi roza la mojigatería. Y, sin embargo, es una de esas raras mujeres que son capaces de amar a un hombre más allá de las convenciones sociales. Se entrega con la mayor espontaneidad. Katharina se enamora de un fugitivo de la justicia, sospechoso sin prueba alguna de ser un terrorista. Y la sociedad, como es de esperar, le hace pagar por ello. A partir de entonces será acusada de ser su cómplice. La prensa, la policía y la justicia se unirán para destrozar su reputación, hasta hacer de su vida un infierno.

Silenciosa y discreta, Katharina tiene el valor de regirse por su propio código moral, un sistema de valores que se funda en unas normas propias, no escritas, ni heredadas. Posee además dos cualidades mortales: la lealtad y el orgullo, esa integridad tan difícil de encontrar, que puede resultar extremadamente peligrosa por ser tan pocos los seres humanos que la poseen o que siquiera saben valorarla. Katharina vive en éste y a su vez en otro mundo, ignorado por los demás, inaccesible para la mayoría.


«Pasan demasiadas cosas en primer plano, pero no sabemos nada de lo que ocurre en un segundo plano», afirma el narrador.




“-Sí –admitió Katharina Blum, y desde aquel momento levantaron acta de su declaración, que quedó archivada-; eso es cierto. Representa, según un cálculo aproximado que he hecho, casi veinticinco kilómetros diarios. Nunca lo he pensado ni tampoco he reparado en el gasto. A veces, me sentaba al volante y corría sin rumbo fijo; quiero decir, que yo viajaba en cualquier dirección sin haber previsto nada: al sur, hacia Coblenza, o al oeste, hacia Aquisgrán o el Bajo Rin. No todos los días; me resulta imposible precisar cuántas veces y con qué intervalos. Por regla general, cuando llovía, después de terminar el trabajo y cuando me sentía sola. No, rectifico mi declaración: única y exclusivamente cuando llovía. No sé bien por qué. A veces, cuando no me correspondía acudir a casa de los Hiepertz y no tenía ningún trabajo especial, a las cinco ya estaba en casa sin nada que hacer. No siempre me apetecía ir a ver a Else, sobre todo desde que ella mantiene amistad con Konrad, e ir al cine tiene sus riesgos para una mujer sola. En ocasiones, me he sentado en una iglesia, no por motivos religiosos, sino porque allí hay tranquilidad, pero, en los últimos tiempos, también en las iglesias se meten con una, y no solamente los seglares. Desde luego, cuento con algunos amigos: por ejemplo, Werner Klormer, a quién compré el Volkswagen, y su señora, y también otros empleados de la empresa Kloft, pero es bastante difícil, y por lo general penoso, presentarse en casa de esas personas así, por las buenas. De modo que yo prefería sentarme al volante, poner la radio y el motor en marcha y correr siempre bajo la lluvia, y preferentemente por carreteras arboladas. A veces, me llegaba hasta Holanda o Bélgica, bebía un café o una cerveza y luego regresaba. Sí. Ahora que usted me pregunta lo veo claro. Si debo precisar cuántas veces, yo diría que dos o tres al mes; a veces más o acaso menos. Las salidas duraban horas. Por último, yo regresaba a casa cansadísima, alrededor de las nueve o las diez, e incluso cerca de las once. Es posible que la causa de mi conducta fuera el miedo; ¡conozco a tantas mujeres solteras que se emborrachan cada noche solas ante el televisor!”.

“... Tampoco queremos ocultar a nadie que Katharina dijo a la señora Woltersheim acerca de Götten:
-Dios mío! Él ha sido, simplemente, el hombre que debía llegar, y con el que yo me hubiera casado y con quien habría tenido hijos... aunque hubiera tenido que esperar años hasta que saliera de la cárcel”.

“... En aquel momento, Katharina sacó dos números del PERIÓDICO de su bolsillo y preguntó si el Estado –tal es el término que empleó- no podía hacer nada para protegerla contra semejante inmundicia y para devolverle su buen nombre. Admitía que su interrogatorio estaba justificado, aunque no comprendía “por que debía entrar en tantos detalles”. Sin embargo, no acertaba a explicarse cómo algunos de esos detalles –por ejemplo, las visitas de caballeros- podían haber llegado a conocimiento del PERIÓDICO, y de dónde procedían aquellas declaraciones inventadas. En este punto intervino el fiscal Hach, quién manifestó que, naturalmente, a causa del enorme interés público del caso Götten, se había tenido que dar una explicación a los reporteros, aunque estaba aún por celebrarse una conferencia de prensa. Ésta, por otra parte, sería ya difícil de evitar, dada la excitación y el temos que había causado la fuga de Götten, que Katharina facilitara. Por lo demás, ahora, en virtud de su vinculación con Götten, se había convertido en un “personaje de actualidad” y, con ello, en objeto de un justificado interés público. Los detalles ofensivos y posiblemente difamatorios de la información podría convertirlos ella en materia de demanda judicial si llegaba a demostrarse que se habían producido “filtraciones” en la investigación. Sus responsables podían tener la seguridad de que presentarían una denuncia contra quien procediera, y de que defenderían los derechos de Katharina. A continuación, internaron a ésta en una celda. Renunciaron a la vigilancia excesiva. Sólo la acompañaba una joven asistente de policía, Renate Zündach, sin armas, quien más tarde declarón que, durante todo el tiempo –aproximadamente dos horas y media-, Katharina Blum no había hecho otra cosa que leer repetidas veces los números del PERIÓDICO. Rechazó el té y los bocadillos, no de forma brusca, sino “casi en tono amable y apático”. También rechazó todas las conversaciones sobre modas, cine, baile, etc., que Renate Zündach intentó iniciar.
Entonces, para ayudar a la Blum, que se había enfrascado en la lectura del PERIÓDICO, la dejó por un momento al cuidado de su colega Hüften, y fue a buscar en el archivo informaciones de otros periódicos, que trataban de forma absolutamente objetiva las implicaciones del caso, el interrogatorio de la Blum y el posible papel de ésta en el asunto. Se trataba de noticias breves en tercera o cuarta página, en las cuales ni siquiera figuraba el nombre de la Blum, a la que simplemente mencionaban como una tal Katharina B., empleada de hogar. Por ejemplo, el periódico Umschau se limitaba a consignar una información de diez líneas, desde luego sin foto, en la cual se leía que una persona probadamente íntegra se había visto complicada en el asunto, lo que resultaba lamentable. Todo esto –la celadora le había mostrado un total de quince recortes de periódicos- no la consoló en absoluto. Katharina tan sólo manifestó:
-¿Y quién lee esto? Todos mis conocidos leen el PERIÓDICO.”


Fragmentos de la novela "El honor perdido de Katharina Blum" de Heinrich Böll
Enlaces: IMDb Deutsches-filmhaus.de elmundo.es

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